Los trágicos sucesos ocurridos en estas horas en Altavilla Milicia, en las afueras de Palermo, donde un hombre mató a su mujer y a sus dos hijos suscitan una serie de reflexiones. ‘Mi mujer y mis hijos estaban poseídos por Satanás’, habría repetido el hombre a la policía tras cometer la masacre. Además, según los primeros testimonios, el hombre había hablado recientemente de “presencias demoníacas” en la casa. De ahí el atroz acto que se habría llevado a cabo -según los medios de comunicación- durante un “exorcismo”.
El dramático panorama que se perfila, vinculado también a la participación, por parte del hombre, de un grupo religioso no especificado, junto con una pareja de conocidos que también han sido detenidos, impone algunas consideraciones sobre la naturaleza del exorcismo en la Iglesia católica, que -conviene precisarlo aquí- nada tiene que ver con prácticas mágico-rituales de resultados violentos. Como establece el Rito de los Exorcismos promulgado por la Iglesia Católica y explicado en las Líneas Guía para el Ministerio del Exorcismo, el exorcismo puede ser una súplica, una invocación de ayuda, una petición dirigida a Dios para que intervenga y libere a una persona, lugar u objeto de la acción extraordinaria del demonio y de su nefasta influencia. El exorcismo también puede ser una orden, un mandato, un mandato imperativo dado al demonio, para que abandone a una persona, un lugar o un objeto que sufre su acción extraordinaria. Existen, por tanto, dos formas de realizar un exorcismo, una invocativa y otra imperativa.
El exorcismo se hace en nombre y por la autoridad de la Iglesia católica, por ministros designados por ella y según los ritos por ella establecidos. El sacerdote que administra el exorcismo es, por tanto, en este caso, la propia Iglesia, que actúa siempre en unión y dependencia de Cristo. El exorcista presta a la Iglesia su voz, su
intermediación, actuando en nombre de la Iglesia y por cuenta de ella; no es, pues, el exorcista el protagonista, sino Cristo Cabeza y la Iglesia, su Esposa. Celebrar un exorcismo requiere, como todos los sacramentos y sacramentales:
1) un ministro idóneo, es decir, un sacerdote nombrado por el propio obispo;
2) la observancia de los ritos litúrgicos aprobados por la Iglesia;
3) la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
El exorcismo solemne (también llamado gran exorcismo o exorcismo mayor) es el que se realiza a personas víctimas de una acción extraordinaria del demonio (posesión, obsesión, vejación). Pertenece al género de los sacramentales (es, por tanto, una acción litúrgica). El exorcismo simple es el que se pronuncia sobre casas, objetos, lugares o animales, cuando están sometidos a la acción diabólica extraordinaria que la Asociación Internacional de Exorcistas denomina infestación. El exorcismo solemne sólo puede ser pronunciado por exorcistas, es decir, sacerdotes a los que el Ordinario competente ha dado licencia expresa y específica para exorcizar. El exorcismo simple, además del exorcista debidamente autorizado, puede ser pronunciado por cualquier sacerdote, siempre que esté autorizado por el Obispo del lugar.
Por último, hay que recordar un aspecto fundamental. El exorcismo se hace contra la acción extraordinaria del demonio y no contra la voluntad humana. La voluntad humana debe convertirse con los instrumentos ordinarios de la gracia. Por tanto, el exorcismo se dirige contra el Maligno, contra la voluntad demoníaca, no se dirige contra la voluntad humana. Además, es
necesario el consentimiento de la persona que sufre. La elección es de la persona, es su responsabilidad pedir o rechazar la ayuda del exorcista. No pueden ser otras personas, ni el marido, ni la mujer, ni los padres u otros miembros de la familia.
Además de todo esto, hay que decir que en la Iglesia católica, para proceder al rito del exorcismo, el sacerdote que ha recibido de su obispo el encargo de realizar este ministerio debe llegar, después de un prudente y cuidadoso discernimiento, a la certeza moral de que la persona que ha pedido su ayuda es realmente víctima de una acción extraordinaria del demonio, excluyendo toda duda razonable. Por esta razón, la Iglesia católica alienta la colaboración de sacerdotes exorcistas con personalidades competentes en el campo de la medicina y, en particular, de la salud mental. Los psicólogos y psiquiatras no pueden, por supuesto, sustituir el ministerio de los exorcistas, pero en algunas circunstancias pueden ayudarles a discernir los casos dudosos. Sin embargo, el juicio último, sobre la conveniencia o no de proceder a un exorcismo, corresponde al sacerdote exorcista, ya que, de modo análogo a la fase de instrucción del proceso, así como el juez puede solicitar, en su caso, la opinión de expertos, si bien ostenta la prerrogativa de la sentencia, así también el exorcista, tal como se recoge en el ritual que la Iglesia le otorga en el n. 16 de la Prænotanda, se decidirá a pronunciar un exorcismo cuando tenga la certeza moral de una verdadera acción extraordinaria del demonio.
Preocupa el creciente número de “ofrecimientos de exorcismo” por parte de autodenominados exorcistas, que a menudo utilizan la web y las redes sociales no sólo para publicitar su “profesión”, sino para ejercerla “a distancia”, además de en persona. En todos estos casos, se sabe con certeza y sin excepción que se trata de personas no autorizadas, falsas y fraudulentas, que explotan el dolor y la credulidad de la gente, aprovechándose de la ignorancia y superficialidad religiosa de la que, por desgracia, hoy en día son víctimas muchas personas. Los criterios para distinguir a estos estafadores no se refieren a la apariencia con la que se presentan, ni a lo que afirman. A menudo, en efecto, hacen alarde de rostros sonrientes, modales tranquilos, entornos saturados de imágenes sagradas o representaciones de ángeles buenos, etc.; también afirman actuar por desinterés, ser creyentes en Dios, ser buenos cristianos, contar con la ayuda de espíritus buenos o incluso de santos, etc.
Los criterios para distinguir a estos defraudadores se refieren más bien a la ausencia de gratuidad con la que actúan y a la ausencia de un mandato oficial de la Iglesia para poder actuar. En primer lugar, por lo que se refiere a la ausencia de gratuidad, tal vez no inmediatamente, pero ciertamente más tarde, estos estafadores exigirán dinero: en concepto de honorarios o de “ofrenda”. Entonces no se excluye, en algunos casos, que estas personas intenten explotar a sus clientes no sólo económicamente, sino también sexualmente, con el pretexto de que tales actos sirven para ahuyentar el mal. La Iglesia Católica, en su doctrina, siempre ha enseñado que el ministerio del exorcismo debe ser desempeñado gratuitamente, y entre los criterios para discernir la idoneidad para ejercer el ministerio de exorcista siempre ha destacado el de ser “ajeno a toda codicia de bienes humanos”.
Además, la Iglesia católica exige a sus exorcistas que observen fielmente las normas del rito litúrgico promulgado por ella.